Vivencias
de un pediatra en la pandemia del coronavirus
Le he estado dando
muchas vueltas y al final me he decidido a iniciar este diario. Son dos las
razones que me han llevado a tomar esta decisión. La primera es que estoy
viviendo días de muchas experiencias y emociones y no quiero que se pierdan en
el transcurso del tiempo. Y la segunda es que creo que la gente debe saber,
debe saber la realidad que estamos pasando, debe conocer el esfuerzo titánico
que se lleva a cabo en los hospitales y debe comprender por qué es tan importante
detener la cadena de contagios. Porque debemos cambiar radicalmente nuestras
costumbres como país abierto y social que somos y quedarnos en casa.
Yo soy pediatra. Me
formé en el sistema MIR de nuestro país, uno de los planes de formación de
médicos mejor preparados del mundo. Y llevo ejerciendo 14 años. Ahora hace unos
10 días todo cambió.
Todo empezó como
llegan muchas noticias, con una llamada de uno de mis compañeros del hospital:
“Buenos días, te necesitan para atender adultos infectados de Covid”. La
conversación no duró más de un minuto. De una manera u otra, sabía que algún
día llegaría esa llamada. Me alegré mucho de saber que no estaba solo. Varios
compañeros (9 pediatras, 7 enfermeras y 3 auxiliares) formaríamos el primer
grupo expedicionario (como a mí me gusta llamarlo) de personal sanitario
pediátrico que nos incorporaríamos al hospital de adultos asignado. En casa
surgen los miedos, las dudas, las preguntas: “¿por qué debes ir tú?”, “¿te
darán material para que no te contagies?”. Yo pertenezco a una generación que
no hemos hecho el servicio militar y, como la gran mayoría de los habitantes de
nuestro país, nunca he vivido una catástrofe ni una situación límite, por lo
que nunca he tenido el sentimiento del “Deber”. Pero os puedo asegurar que lo
primero que se te pasa por la cabeza es eso: debo ir porque me necesitan. Y es
así de simple.
Rápidamente creamos
un circuito de descontaminación. Por suerte, mi vivienda es espaciosa y pudimos
montar un recorrido sucio y otro limpio para cuando volviera del hospital. El
miedo más grande que uno tiene es contagiar a tu propia familia.
Las primeras horas
tras la noticia hice algo para lo cual los médicos estamos muy acostumbrados:
estudiar. Desempolvé mis apuntes de la facultad de medicina y me puse a estudiar.
En pocos días me iba a enfrentar a pacientes con el óctuple de edad de los que
estaba acostumbrado a ver y en una situación en la que, por suerte, pocas veces
están los niños. Solo tuve tres días para prepararme, 72 horas de calma antes
de la tormenta. Y el primer día que pisas el hospital te das cuenta de la
realidad de esta pandemia. Te das cuenta que no es lo mismo oír cifras de
contagios o muertos en el telediario que ver las caras de todos esos hombres y
mujeres. Somos los humanos una especie curiosa, necesitamos ver para creer.
Solo fueron 2 días,
48 horas de adiestramiento práctico exprés para convertir a un individuo con 4
años de formación pediátrica y 10 años de experiencia infantil en un médico
internista con los conocimientos suficientes para llevar una planta de
hospitalización de 23 pacientes, la mayoría octogenarios, infectados por un
virus totalmente desconocido, con un índice de mortalidad pocas veces antes visto
y para el cual no existe un tratamiento plenamente efectivo, solo terapias
paliativas.
El primer día fue
muy duro, repito, muy duro. Pero nos teníamos los unos a los otros. Teníamos a
nuestras familias. Teníamos a nuestros compañeros del hospital pediátrico.
Aquellos que se han quedado doblando o triplicando turnos para mantener uno de
los pocos puntos de atención pediátricos de la ciudad, para que nosotros
pudiéramos ayudar en la lucha sin cuartel que se está librando en los
hospitales de adultos. En momentos como ese, te das cuenta de la importancia
del grupo. Recuerdo que ese día pensé que más de uno no volvería al día
siguiente. Pero, por suerte, me equivoqué. Todos aguantamos el primer envite
emocional y, con la determinación de ayudar en todo lo que pudiéramos, nos
presentamos para el segundo día de formación. Parece mentira, pero una vez que
aprendes a ir en bicicleta, nunca lo olvidas. Hay que estar muy agradecidos del
sistema MIR de nuestro país, porque nos formaron bien.
Hoy ha sido mi segundo
día como médico internista. Me he permitido un pequeño detalle. Me han ofrecido
un fonendoscopio de adultos, pero lo he rechazado. Llevar mi fonendo pediátrico
me recuerda quién soy, porque estos 10 días han sido tan intensos que parece
que fue el año pasado cuando auscultaba a los bebés.
Tengo que decir que
lo que ahora estamos haciendo los sanitarios es PURA MEDICINA. Tenemos un
aluvión diario de pacientes, con circuitos muy estrictos para evitar contagios,
sin posibilidad en muchas ocasiones de realizar pruebas complementarias. Por lo
que, debemos guiarnos diariamente de la semiología médica que aprendimos y de
nuestro juicio clínico para tomar las decisiones más rápidas y acertadas para
cada paciente. Y no es fácil, no es fácil tomar algunas decisiones.
Diagnosticar tu
primer exitus (proceso hacia la muerte), enviar a un hombre joven a la UCI
porque ha empeorado en muy pocas horas, ver cómo los pacientes se pasan horas y
horas solos en las habitaciones porque deben estar aislados, decirle a una hija
que si su madre empeora no podremos ofrecerle todos los recursos porque son
limitados y no hay para todos, cogerle la mano a una abuela con las fotos de
sus nietas detrás y a través de un doble guante y tres capas de ropa con la
cara cubierta por gafas, mascarillas y pantallas de plástico. Estas son algunas
de las vivencias que he tenido en estos dos primeros días. Situaciones que,
sumadas a la situación tan precaria de material protector que tenemos, te hacen
preguntarte por qué seguir arriesgando tu salud y la de tu familia. Pero, ¿cómo no voy a volver mañana? Como no
volver cuando te dicen que, si tú no estás, no habrá nadie que vea a esos
pacientes porque no hay más sanitarios que reclutar. Cómo no volver cuando hoy
ha sido el primer día de formación para una doctora que lleva 30 años sin ver
pacientes ingresados y empieza con toda la ilusión de ayudar. Cómo no volver
cuando sales a las 8 de la tarde del hospital tras doce horas de trabajo
ininterrumpido y oyes los aplausos desde todas las ventanas y balcones. Oyes
los vítores de la gente que de manera espontánea cada día espera que sean las
ocho para salir a expresar su gratitud.
Hoy no dejo de
darle vueltas a una cosa. El punto más crítico de esta pandemia es que el 10%
de los contagiados necesitan cuidados intensivos. Y las cifras son demoledoras.
Si en Cataluña hay cerca de 1000 contagios diarios, quiere decir que unos 100
pacientes ingresarán diariamente en una UCI por un periodo de tiempo no
inferior a 2 semanas. Perdón que sea tan crudo, pero esa cifra no hay sistema
sanitario que la pueda asumir.
Por favor, seguid
aplaudiendo, y no olvidéis por qué os quedáis en casa. Es la única manera de
vencer al virus.
¡Muchas gracias de
todo corazón!
José
Manuel Siurana Rodríguez
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